25 noviembre 2006

La Belleza

Ahí va la letra de un bolerazo, que sin música sabe a poema; a un poema de esos que me retuercen de envidia porque no haya sido a mí a quien se le haya ocurrido escribirlo...


La belleza es tan fuerte,
la belleza es tan alta
que te vuelve su esclavo,
que deslumbra mirarla.
Tan aguda que hiere,
tan segura que espanta,
tan escasa que algunos
nunca logran hallarla.

Se disfraza en la noche,
se desnuda en el alba,
se dibuja en el sueño,
se refugia en el alma.
Se prolonga en el tiempo,
y en el tiempo se acaba,
nadie puede tenerla
aunque puedan comprarla.

La belleza es tan breve,
la belleza es tan casta
que hay que andar con cuidado
para no deshojarla.
Es tan pura y tan dulce
que se mancha con nada.
Es un lujo sentirla
y un delito matarla.

Se disfraza en la noche,
se desnuda en el alba,
se dibuja en el sueño,
se refugia en el alma.

La belleza lo es todo,
la belleza no es nada.

LETRA Y MÚSICA: Carlos Toro Montoro
INTÉRPRETE: Marta Sánchez

24 noviembre 2006

Hoy ya no te quiero

Girando
en una espiral que crece y crece,
[que duele y duele],
las manchas de colores
se tornan de nuevo en caras,
en escenas y voces
al frenarse el movimiento.

Hoy ya no te quiero.

Estoy de estreno:
Pañuelo nuevo, vacío de tí,
de tus lágrimas
y de tus indiferencias.
Seco.
Amor nuevo, intacto;
como nadie lo usó nunca
no necesita reparación.
Abierto.

Hoy ya no te quiero.

Pensé que nunca llegaría
el día en que me haría feliz decir:
"Hoy ya no te quiero"

Lo repito una vez más,
pues me encanta cómo suena.

Hoy ya no te quiero...

21 noviembre 2006

Nunca es suficiente tiempo...

Nunca es suficiente tiempo.
Nunca es suficiente tiempo el que dedico a pensar, a reflexionar, a orar, a mirarme dentro... Siempre rodeado de ruido, de relojes que me enseñan los dientes, de luces intermitentes y de imagenes en movimiento.
Tampoco es suficiente el tiempo que paso con la gente que quiero, con los que me importan, con los que me hacen feliz y me ayudan a crecer... Un cafe, una cena, un correo o ver una película no bastan para sentirme satisfecho, y sin embargo no dispongo de otra cosa.
Nunca es suficiente el tiempo de que dispongo para hacer mi trabajo, para hacerlo al menos como me gustaría; la presión pesa demasiado, y el tiempo pasa ante mi creciente lista de tareas pendientes.
Nunca disfruto de todo el tiempo que desearía para aprender, para estudiar cosas nuevas, para leer poesía y relatos que me hagan soñar, para volar frente a una pantalla de cine... Y nunca es suficiente tiempo el dura mi canción favorita.
Nunca es suficiente tiempo el que duran mis viajes, mis excursiones... y eso me arrastra a desear nuevos viajes que tampoco serán suficiente. Viajar sólo es ya forjar el deso de un nuevo viaje.
Nunca es suficiente el tiempo que me queda para escribir, para deslizar el lápiz sobre un papel y verbalizar lo que siento, y para poder compartirlo.
Nunca paso suficiente tiempo en las montaña, entre sus árboles, prados y rios, y bajo sus cielos azules. Siempre llega antes de lo deseado la hora de volver...
Y nunca es suficiente mi tiempo de descanso, de paz, de soledad.
Y un reloj me enseña de nuevo sus fauces, y me da la razón...

07 noviembre 2006

Otra vez en la montaña

Otra vez he subido a la montaña, a la de siempre.
Antes de empezar a subir, el estómago revuelto y los nervios a flor de piel.
Pero me sigue dando miedo lo mismo de siempre; subir es fácil, más o menos.
Pero bajar es otra cosa; siempre me vencen el vértigo y el miedo, y acabo lastimado.
Último intento para cambiar de rumbo; creo que no estoy aún preparado.
No funciona. Montaña, allá voy...



Se apaga la luz; suena una guitarra y el mejor viaje de mi vida comienza otra vez.
Las chispitas en el estómago se apaciguan levemente, pero no dejan que se me olvide que están ahí.
Continua la subida, y mi emoción crece.
Todo por este camino me resulta conocido: cada mirada, cada nube, cada oveja, cada palabra... me fascina, otra vez.
Llego arriba, al fin, y el trayecto parece haber durado un suspiro.
Y el aire es puro, increiblemente limpio. Y noto cómo me purifica por dentro.
Y me veo reflejado en cada brisa, en cada riachuelo, en cada árbol, en cada piedra.
En todo. Ya no sé distinguir qué es de la montaña y qué mío.
Y cuando miro abajo, lleno de miedo por la impresionante aunque bellísima vista desde la altura.

Cierro los ojos...
Me acerco al borde...
Despacio...
En silencio...



Y cuando los abro el paisaje es mucho más bello de lo que nunca podrías soñar.
Y ya no hay vértigos ni temores que condicionen su belleza.
Ahora soy libre, nada me ata.
Y con la mirada renovada veo, cada vez más clara una senda de bajada...
Y tras disfrutar del momento con deseo, comienzo a bajar.
Y ahora es mucho más fácil.
Porque ahora tengo un apoyo nuevo.
Un apoyo que nunca hubiera tenido si no hubiera subido antes, lleno de miedos, y sin conocer el camino de vuelta...


Ahora entiendo que el destino soñó esta montaña para mí...

01 noviembre 2006

El hombre del Chelo

Ahora sí que soplan aires nuevos por aquí...
El viento nos trae a Bel y sus palabras, que suenan a música deliciosa y tocan las cuerdas del alma...
Esta corriente de aire fresco revitaliza y emociona; espero que no dejen de soplar vientos como éste.
GRACIAS, BEL.


Notas de cuerdas profundas, de tiempos remotos fundido con nuestro tiempo roto por la prisa. Sonido acompañado por el canto de las aves que acuden a construir su nido cerca de los acordes arraigados en las manos del hombre del chelo.

Piedras del color de la tierra alojan y albergan al hombre del chelo que con cuidado pellizca las cuerdas para agudizar su tono, adelanta sus hombros y extiende su brazo. A veces su rostro acaricia al mástil y sonríe con los ojos cerrados mientras lo abraza hasta fundirse alma con alma, seducido por el embrujo del cuerpo desnudo de una mujer.

Olvida el pentagrama y toca por inercia, conoce cada nota, cada tono, recuerda cada rincón, cada secreto de su cuerpo y posa su mano suavemente sobre la curva del chelo.

La luz del medio día se filtra a través de los árboles desnudos que se han vestido de otoño, las ramas se alargan en sus sombras mientras son mecidos por la brisa del mar de Barcelona.

El hombre del chelo no descansa, sujeta el arco, pasa sus largos dedos por la varilla e inicia otra pieza musical con más ternura si cabe que la anterior, vuelve a entrecerrar los ojos y esboza una mueca parecida a una sonrisa, muerde su labio inferior y se hunde en un sueño profundo que nadie conoce, sólo él, ella y el chelo.

Dejando ver una gama de verdes y ocres entreabre los ojos, al escuchar de fondo el choque de las monedas en la funda del cuerpo que tanto conoce. Agradece con la mirada y vuelve a la espiral de sueños que a la vez es infierno y tormento, que a la vez es huracán de necesidad.
Vuelve a sentir, a emocionar a otros sin ser consciente de la belleza que desprenden sus notas, sus manos, sus dedos, su mirada, su cuerpo abrazando a otro cuerpo, su alma regalada al viento que respiramos los oídos atentos de los espectadores que no podemos evitar hacer una pausa en nuestro camino para sentir y envidiar el abrazo seductor del hombre del chelo.

Suspira al aire al terminar la última nota, susurra al mástil palabras inteligibles que nadie más que ellos pueden escuchar, posa de nuevo su rostro y levanta la mirada, se sorprende al ser protagonista de tantos observadores seducidos por sus manos. Agradece, coge la funda que protege al instrumento y con un trozo de tela que parece terciopelo lo limpia por última vez, guarda con mimo el chelo que a la vez es sueño incesante y herramienta de creación de entrañas; cierra la funda suavemente.

El hombre del chelo descansa y hace recuento de monedas, no son suficientes y retoma el concierto. Pero no se miente.
Sabe que no continua para cubrir su alquiler.
Sabe que vuelve a colocar la partitura para encontrarse de nuevo.
Sabe que hace tiempo que sobrevive de los recuerdos.
Pero su secreto lo saben su corazón y su chelo,
que a la vez es sueño,
que a la vez es viento,
que a la vez es cuento,
que a la vez el abrazo es tormento.

La herida de la ausencia sangra convertida en notas, acordes y en la voz profunda de un violoncello.

BEL